Abasto - 27 de Marzo al 10 de Abril

Estaba muy ansiosa, no sabía qué iba a pasar durante las dos semanas que el papa estuviera en casa. Finalmente, llegó el día y el gran Ratzinger entró a mi hogar.
Decidí que el papa estuviera una semana en el comedor y una semana en la pieza para poder recibir las bendiciones de este en todos los ambientes de mi departamento. El siguiente reporte corresponde a la semana que compartí con Su Santidad en el comedor de mi casa.
Los primeros días fue difícil la convivencia. Yo me sentía invadida por su presencia y creo que el lo notó porque no iban bien las cosas en mi vida: menos trabajo, mala salud, mis amigos no querían verme, todas las mañanas se me hervía el agua del mate, entre otras calamidades.



Hasta que una mañana, me levanté y me acerqué hasta él. Lo miré a los ojos y le dije: -¿Querés dulce de leche? A partir de ahí su mirada cambió. El agua del mate ya no se me hirvió más.
Desde ese día, todas las noches comparto mi cena con él. Coloco delante de su figura una porción de mi comida y un vaso de mi agua. Finalmente, después de cenar le ofrezco una cucharadita de dulce de leche y le prendo una vela que queda encendida toda la noche.




Mañana a la mañana, en cuanto me levante apagaré la vela de Ratzinger y moveré su imagen a su nueva locación: mi pieza.

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